Antes de que la colocara en mi hombro, sentí la mano de la señora de vestido azul que preguntó la hora y antes de mirar mi reloj, sabía que eran exactamente las 2:14 de la tarde. Supe las palabras que ella iba a usar para agradecerme antes de que las pronunciara.
Todo era muy raro, lo que sucedía ya me había sucedido antes precisamente igual, el ladrido de los perros en el auto de la perrera municipal, el niño llorándole a su papá porque no le compró el globo, el señor de los globos con el número y colores exactos; el repartidor de diarios en su bicicleta anaranjada, yo parado frente a la vitrina de la pastelería.
El olor a pastel de vainilla recién horneado llegó a mí, también lo reconocí.
– Maximiliano ¿qué haces por estos lugares tan solo?
Sentí que el tiempo se detuvo. Todo parecía volver a la normalidad, los sucesos ocurrían normalmente y sin mi previo conocimiento, sentí descanso.
Caminé unos dos o tres pasos más y detrás de mí, mi profesor de música me gritó diciéndome:
– Maximiliano ¿qué haces por estos lugares tan solo?
El olor al pastel de vainilla recién horneado volvió a mí.

3 comentarios:
wow!!! bellisimo, cosas que suceden y los profesores que acaban con nuestros sueños, nuestras imaginaciones y nos llevan a un mundo real, donde tal vez todo vuelve a nosotros una y otra y otra vez...
un abrazo
genial!!!!...me gustó muchisimo, comparto el comentario anterior...es algo que sucede muy amenudo.
Muchas veces nos cogen los buenos momentos a patadas y sin embargo no tenemos la posibilidad de quejarnos. Un mundo utilitarista y demasiado raudo...aprendemos primero a vivir que a pensar
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