lunes, 21 de junio de 2010

La obra del amor

Él pasó toda la semana buscando las palabras exactas para pedirle que se casaran, ella estuvo toda la semana extrañada por el comportamiento de él, algo diferente a lo normal.

Llegó el sábado y él venía en el autobús susurrando y fijando los últimos detalles en su mente, determinando las palabras precisas para pedirle a ella que fuera su esposa. Su camisa a rayas llevaba la fragancia varonil de una reconocida loción. Pasaba, nerviosamente, de mano a mano, el estuche con el anillo de compromiso que eligió para regalarle a ella. Quería que nada fuera improvisado, que el momento fuera tal como lo soñó y lo planeó durante toda su relación con ella. Esperaba que la reserva en el restaurante estuviera confirmada, que ella estuviera más hermosa que nunca, que el vino fuera el que solicitó, que a los girasoles que debían estar en la mesa no se les estuvieran cayendo los pequeños y tupidos pétalos, que no hubiese nada que interfiriera en la perfección de esa cita pactada.

Ella peinaba su cabello, pasó la tarde ‘empayasada’ con mascarillas que hicieron que su rostro estuviera radiante, pintó sus uñas con más esmero, su maquillaje tenue la hacían ver fresca y elegante a la vez. Ella no se imaginaba la razón de aquella cita tan poco casual.

Después de hacer varios intentos fallidos deliberadamente con su celular, decidió llamarla, quería escuchar su voz, quería mitigar los nervios y avivar la alegría del compromiso que decidió asumir.

Ella se encontraba una vez más frente al espejo, miraba de arriba abajo su reflejo y con sus dedos peinaba de nuevo su cabello. Su rostro evidenciaba alegría aunque no conociera la razón de aquella cita. Cuando sintió sonar su celular sabía que era él y corrió a contestar. Después de confirmar en su identificador de llamadas de su celular que era él, emocionada lo saludó. Él no escondió su emoción, le dijo palabras tiernas y se aseguró que ella estuviera lista para la cita.

Él la esperaba sentado a la mesa, ella llegó con 10 minutos de retraso, él no pudo dejar de expresar su alegría. La vio más hermosa que nunca, su vestido de flores la hacía ver elegante, su cabello rojo suelto brillaba con las luces del restaurante, su sonrisa hipnotizaba a quien la mirara. Llegó hasta la mesa en donde él la esperaba, él se levantó y la recibió con una sonrisa y un beso suave en los labios, recibió su cartera y la ayudo a acomodarse.

Las palabras sobraban, los nervios de él eran evidentes, ella estaba sorprendida y feliz. Llamaron al mesero y pidieron la orden. Hablaron de los acontecimientos de la semana, él sirvió una copa más de vino y desde la mesa del lado empezó a sonar una guitarra con las notas de una canción conocida por ellos, él se acercó, tomó su mano y al oído le dijo que la canción era para ella.

- “Cuando desperté allí estabas tú, aquella mujer con la que soñé…”

El joven que cantaba se acercó a la mesa sin dejar de cantar y tocar su guitarra. Ambos siguieron la canción hasta el final, ella dejó ver algunas lágrimas en sus ojos y él no dejó de mirarla.

Empezó una nueva canción, acordes suaves, letra romántica y un trago de vino para acompañar la ocasión. Él sacó de su bolsillo el estuche con el anillo y tomando la mano de ella lo colocó en su dedo. Ella lo entendió todo, él, con palabras cargadas de amor, más seguro que nunca, le pidió que fuera su esposa. Ella mezcló en su rostro algunas lágrimas con una sonrisa, se veía hermosa.

- “Hoy quiero sentirte, quiero decirte que estrellas y luna son hoy tuyas…”

De nuevo empezó la guitarra y una canción más, ella alguna vez le había pedido que se la dedicara el día que decidiera pedirle ser su esposa, él se acercó y la besó, ella pronunció el “si” que selló el compromiso.

Con un beso, una canción y los aplausos de los espectadores que presenciaron este primer acto de la obra cayó el telón.

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