lunes, 26 de enero de 2009

“Sapos, al enemigo no se le ayuda”

Con el primer trueno un pito agudo se incrustó en mis oídos, debieron ser tres, pues cuando sentí el primero vi un relámpago que iluminó toda la habitación, no pasó mucho tiempo para que dos más rompieran de nuevo la oscuridad y descubrieran todos los objetos del cuarto como si encendieran y apagaran la luz en el mismo instante. Una fuerza extraña no permitió que de mi boca saliera ruido alguno, en medio de la oscuridad sólo sentía el ensordecedor pito en mis oídos, mi cuerpo estaba paralizado, mis extremidades no respondían a mi deseo de moverme y colocarme de pie y mi respiración se dificultaba.

Después de unos cuantos segundos, logré escuchar a Luis que lloraba a gritos, con su llanto volvieron las fuerzas a mí y pude levantarme, estiré mi mano para buscar la lámpara en la mesita de noche pero no la encontré, sólo sentí mis aretes allí. Llamé a Luis y sólo respondían sus gritos de llanto, no pude evitarlo, lloré también. Grité con fuerzas para llamar a mamá Tulia, pero no respondía a mi llamado, los gritos de Luis no paraban y la oscuridad me impedía saber qué estaba sucediendo.

Caminé a tientas, lento, buscando el interruptor de la luz de la habitación y, mientras, seguí llamando mamá Tulia, pero no recibí respuesta alguna. El llanto de Luis y el silencio de mamá Tulia hacían que mi temor y mi llanto aumentaran. Con la luz encendida pude ver a Luis parado sobre su cama llorando asustado, cuando me vio estiró sus manos y dijo mi nombre.

Con Luis en mis brazos caminé hacia la sala, que hacía a su vez, como habitación de mamá Tulia, aún estaba oscura, mientras caminaba trataba de consolar a Luis que seguía llorando y apretaba con todas sus fuerzas mi cuello en un abrazo, podía sentir cómo su pequeño cuerpo temblaba de miedo.

El radio-reloj de mamá Tulia mostraba con números rojos y cuadriculados las 2:14 de la mañana, lo recuerdo muy bien, sentí mucho frío y abracé con fuerza a Luis, encendí la luz y vi que las cortinas de la ventana de la sala se movieron por causa del viento que se colaba por la puerta que estaba abierta. Ahí estaba mamá Tulia, acostada en su cama, inmóvil, con sus cobijas revueltas que sólo cubrían su pierna izquierda, con los ojos abiertos, su rostro reflejaba dolor. Luis ya no lloraba, pero seguía temblando, yo me acerqué a mamá Tulia. Su cuerpo estaba tibio y en él se veían tres manchas de sangre, ya no respiraba, no respondía a mis llamados, no me miraba, no miraba a Luis.

Recorrí el lugar con la vista, no faltaba nada de lo poco que teníamos, descargué a Luis y tomados de la mano nos dirigimos hasta la entrada de la casa, el frío era insoportable. Cuando llegamos hasta la puerta Luis soltó mi mano y abrazó mi pierna, no se sentía ruido alguno en la calle, volví a mirar a mamá Tulia, lloré de nuevo. En la puerta había un papel colgado de un pedazo de cinta, lo tomé y en él hallé una nota que decía con letra grande de color negro: “Sapos, al enemigo no se le ayuda”.

El frío no cesa, el sol empieza a aparecer, el silencio de la noche se esfumó, la casa está llena de gente, en la calle están todos los vecinos, los agentes de la policía no me permiten acercarme a mamá Tulia que sigue acostada en su cama, cubierta por completo con una sábana blanca, a Luis se lo llevaron hace rato dos señoras, le dijeron que más tarde me llevarían con él, yo sigo sentada en uno de los taburetes de la sala, de mi lado no se separa una señora que me pide que le cuente qué vi, lo que escuché.

Aún no entiendo qué sucedió, no sé por qué Luis no está conmigo y con mamá Tulia ahora, sólo recuerdo que anoche, antes de acostarnos a dormir, cuando rezábamos el santo rosario, tres hombres vestidos de militar golpearon la puerta y rogaron por algo de comer, mamá Tulia les ofreció agua de panela con pan y galletas y cuando terminaron pidieron a mamá Tulia la bendición y se marcharon.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Parce... mis respetos. Sólo digo eso.

No sabía de tus dotes para el relato.

5 de 5

Alejandra González Escobar dijo...

Wow súper... Te felicito