Óscar
Darío fue uno de esos amigos de la infancia que son imposibles de olvidar, esos
con los que uno hace y deshace como dicen las mamás. Digo que fue porque hace
poco más de un año murió después de que un carro lo atropellara cuando salía de
la farmacia luego de comprar una botella de alcohol para preparar ese
“chirrinchi” con el que solía emborracharse para olvidar a su mujer, esa que lo
dejó por dedicarle más tiempo al juego de cartas que a su familia.
Le
decíamos Calío porque así le decía Marina, su hermana menor que apenas empezaba
a hablar, y como sonaba gracioso y acortaba y hacía más simple su nombre, Óscar
Darío fue Calío por siempre.
Recuerdo
que estudiamos juntos desde primero hasta el cuarto sexto que hicimos antes de
que abrieran el billar de Enrique y nos pusiéramos a trabajar allí; él lavando
vasos y yo sirviendo tragos. Recuerdo que yo no era capaz de pronunciar bien la
doble R por un problema en mi paladar y que él solo sabía contar hasta diez y
lo hacía en sus dedos.
Recuerdo
que la maestra Ofelia, la de español, siempre que pasaba frente al billar
camino al colegio, y nos veía metidos allí, casi nos rogaba que regresáramos a
estudiar. Recuerdo que nos gustaba la misma ‘pelaita’, Estrella, la hija del
dueño de la fábrica de cerámicas y que nunca se dio por enterada de lo que
Calío y yo sentíamos por ella, eso creo. Recuerdo que él cogía hormigas
cachonas y yo arañas y las metíamos juntas en un tarro para ver cómo una vencía
a las otras sin tregua alguna y recuerdo que a él le fascinaba comer torta
negra con arepa y mantequilla y a mí el miga’o de agua de panela con galletas,
buñuelo y pan.
Pero
hay una cosa que nunca ni jamás se me va a olvidar. Recuerdo como si fuera ayer
las escapadas que hacíamos al pueblo vecino para ver a través de los
extractores de aire del burdel, a las bailarinas que se empelotaban para
mostrarle todo a los borrachos que emocionados, les entregaban billetes de
todas las denominaciones.
Es
imposible olvidar que en una de esas escapadas, mientras veíamos a una de las
bailarinas quitarse su poca ropa, por un trágico descuido, Calío introdujo su
mano derecha en uno de los extractores de aire y sus aspas le cortaron tres
dedos. El pobre redujo su capacidad de contar los números hasta el 10 y por eso Calío contaba solo hasta siete.
1 comentario:
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